Significado de la Beatificación
De manera muy particular en este momento de la historia de la humanidad, en el inicio del Tercer Milenio, en ese gran Año Jubilar, se nos proponía como ejemplo a seguir las vidas de dos niños que fueron escogidos por el cielo, para ser los promulgadores, para el mundo, del mensaje de la Santísima Virgen María. Mensaje que ellos abrazaron con todo su corazón y vivieron hasta las últimas consecuencias. Mensaje de conversión, oración, sacrificio y reparación.
Lema de la beatificación: ”Contemplar como Francisco, amar como Jacinta”
“La beatificación de Francisco y de Jacinta Marto confirma y robustece el reconocimiento de la autenticidad de todos los acontecimientos de Fátima, en su conjunto, desde las apariciones del Ángel hasta los tiempos de hoy. Y presenta a los pastorcillos como intercesores de gracias y bendiciones para los que todavía peregrinan o quieren purificar y santificar sus vidas y sus almas” (Mensaje de Serafim de Sousa Ferreira e Silva, Obispo de Leiria, 21 de agosto, de 1999).
Los pastorcitos no son beatificados por haber visto a la Santísima Virgen, ellos son beatificados por haber vivido de forma heroica las virtudes cristianas, por haber respondido de forma heroica a la misión que le fue dada por el Señor a través de su Madre. En el Decreto del 13 de mayo de 1989 sobre la heroicidad de las Virtudes de los Siervos de Dios Francisco y Jacinta Marto, se lee lo siguiente:
“Dejen que los niños vengan a Mí y no se los impidan, pues de ellos es el Reino de los Cielos” (Lc 18:16). De entre los niños que mejor correspondieron al amor y predilección de Jesús, juzgamos incluir a los Siervos de Dios Francisco y Jacinta Marto. Hicieron fructificar copiosamente los dones de la gracia, que les fueron concedidos y, en pocos años, alcanzaron una gran perfección en el seguimiento de Cristo, en el ejercicio de las virtudes cristianas. A pesar de su tierna edad, nos dejaron un excelente testimonio de obediencia a la voluntad de Dios, de amor ardiente al Inmaculado Corazón de María, de diligente cuidado en consolar a Nuestro Señor, tan ofendido por los pecados de los hombres, de orar y sufrir por las necesidades de la Iglesia y por la conversión de los pecadores”.
Ninguno de los dos “recibió en vano la gracia de Dios” (2 Cor 6:1), todo lo contrario, movidos por el ardiente amor al Señor que brotó de sus corazones después del encuentro con la Santísima Virgen, como dice Sor Lucía en sus Memorias: “Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos” ¡¡¡Cómo es Dios!!!”, se lanzaron a buscar, por todos los medios que estaban a su alcance, el cómo responder activamente al llamado y petición de la Santísima Virgen para consolar y reparar a Dios que estaba profundamente ofendido por los pecados de los hombres, y como salvar las almas de los pobres pecadores que irremediablemente caían en el infierno porque no había nadie que orara y se sacrificara por ellos.
Muchos pudieran cuestionarse si niños de tan corta edad, pudiesen ser propuestos como ejemplos de santidad, y la Iglesia también se hizo esta pregunta. En el caso de ser mártires no hay obstáculo alguno, ya que, por la entrega de sus vidas por amor a Cristo, como por ejemplo Santa María Goretti, la Iglesia ve ya, en este signo de entrega, la gracia de Dios actuando perfectamente en esa alma; sin embargo, resulta más difícil el juzgar la santidad de un “confesor de la fe”, ya que su santidad depende de la vivencia de la virtud heroica y hasta que punto un niño en su corta edad y madurez pudiese llegar a vivir tal grado de heroicidad en la virtud. El niño más joven, confesor de la fe, que ha sido canonizado hasta ahora es Santo Domingo Sabio, con 14 años, 11 meses y 7 días. ¿Se podrá llegar más bajo de esta edad? Francisco y Jacinta son la respuesta a esta pregunta. Los niños sí son capaces de vivir el reto del Evangelio y de convertirse para nosotros los adultos y para todos los niños del mundo en ejemplo a seguir e imitar.
Juan Pablo II, el 13 de mayo, de 1989, afirmó que Francisco y Jacinta vivieron de un modo heroico las virtudes teologales y cardenales con las siguientes palabras:
“Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 18:3). Con estas palabras “Jesús exalta el papel activo que los niños tienen en el Reino de Dios; son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones morales y espirituales que son esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir su lógica de total entrega al Señor. Debe reconocerse además, que también en la edad de la infancia y de la niñez se abren preciosas posibilidades operativas sea para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la sociedad” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christisfidelis laici, n.47, del 30-12-1988).
Los niños, en efecto, porque participes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, están llamados a tomar parte activa en la vida y en la misión de la Iglesia y según su capacidad, pueden ser verdaderos testigos del Señor Jesús (Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los seglares Apostolicam Actuositatem, 12). Tal misión, que brota del Sacramento del Bautismo, ha sido realizada también de modo admirable por los Pastorcitos Francisco y Jacinta, los cuales, correspondiendo sin reservas a la gracia divina, alcanzaron rápidamente una gran perfección en la imitación de Cristo y voluntariamente consumieron su breve existencia por la gloria de Dios y cooperando en la salvación de las almas mediante la fervorosa oración y la asidua penitencia. Nos parecen pues, bien apropiadas las palabras de la Sabiduría: “Llegados a la perfección en poco tiempo, llenaron su larga vida” (Cf. Sab 4:13).
¿Dónde se inició esta vida de santidad?
La vida de santidad que Francisco y Jacinta vivieron desde el momento de las apariciones de nuestra Señora hasta el final de sus vidas, tuvo como base la vida familiar. Ellos eran niños comunes y corrientes, con virtudes naturales y también con imperfecciones, como todos nosotros, sin embargo la educación que le brindaron sus padres fue el fundamento y base para que la obra que el Señor quería realizar en ellos llegase a dar los frutos que dio en sus vidas.
Muchos santos que ya han sido canonizados, nacieron y crecieron en el seno de una familia santa, por ejemplo Santa Teresita del Niño Jesús. Quizás los padres de Francisco y Jacinta nunca lleguen a ser canonizados pero, la obra que hicieron en la educación de sus hijos nos hace ver la clase de almas que tenían. No cabe la menor duda que en el hogar de Francisco y Jacinta se respiraba un ambiente enteramente cristiano fundamentado en una sólida honestidad natural. Recordemos que era una familia que vivía en una aldea; familia de pastores, de gente sencilla y muy creyente que tenían muy dentro de sus corazones al Señor y que su deseo era inculcar a sus hijos la misma fe y valores que ellos por su parte practicaban.
Los corazones de Francisco y Jacinta fueron formados por sus padres con un amor a:
La Verdad. En la educación de esta familia era una norma formal el no mentir. Por ser fieles a esto, los niños tuvieron que sufrir mucho cuando les decían que la historia de las apariciones era inventada por ellos. Precisamente para no mentir ellos se mantuvieron fieles a sus afirmaciones acerca de lo que habían visto y oído.
La Pureza. En las conversaciones, en los juegos, en las diversiones, todo en aquella familia, era honesto, delicado y puro.
La Piedad. Era característico de todos los miembros de la familia la oración, la Misa dominical, la recepción de los sacramentos. Todo hecho con gran reverencia y amor a Dios.
Fueron los padres de Francisco y Jacinta los que prepararon el terreno de sus corazones y por esta razón, cuando llegaron las gracias extraordinarias de parte del Señor, ya el terreno estaba listo para ser sembrado y para dar los frutos abundantes de generosidad y entrega que dieron cada uno de estos niños.
Misa de los Beatos Francisco y Jacinta Marto
20 de Febrero
ANTÍFONA DE ENTRADA
Mt 18,3 “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian
y no se hacen como los niños,
no entrarán en el Reino de los cielos.”
ORACIÓN COLECTA
Dios de infinita bondad,
que amas la inocencia y exaltas a los humildes,
concédenos que,
a imitación de los bienaventurados Francisco y Jacinta,
te sirvamos con pureza de corazón,
para poder entrar en el Reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que es Dios contigo en la unidad del Espíritu Santo.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Humildemente te pedimos, Señor,
que aceptes el homenaje de nuestras oraciones y ofrendas,
para que obtengamos el perdón de nuestras culpas
y la conversión de los pecadores.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que es Dios contigo en la unidad del Espíritu Santo.
PREFACIO COMÚN DE LOS SANTOS
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Cf. Mt 11,25
Bendito seas, Señor del cielo y de la tierra,
porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor, que este divino sacramento que hemos recibido, encienda en nosotros el admirable amor que llevó a los bienaventurados Francisco y Jacinta a entregarse enteramente a ti y a apasionarse por la salvación de todos los hombres.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios contigo en la unidad del Espíritu Santo.
LECTURAS
(Las lecturas pueden ser las de la Feria o si hay razones pastorales para hacer lecturas propias, pueden utilizarse las del común de los santos o las que a continuación recomendamos)
PRIMERA LECTURA
Lectura del 1er Libro de Samuel 3, 1.3-10
En los tiempos en que el joven Samuel servía al Señor a las órdenes de Elí, la palabra de Dios se dejaba oír raras veces y no eran frecuentes las visiones.
Una noche, cuando aún no se había apagado la lámpara del Señor, estando Elí acostado en su habitación y Samuel en la suya, dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel y este respondió: “Aquí estoy”. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, ¿Para qué me llamaste?” Respondió Elí: “Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte”. Samuel se fue a acostar. Volvió el Señor a llamarlo y él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?” Respondió Elí: “No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte”.
Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?”
Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: “Ve a acostarte,si te llama alguien, responde: “Habla, Señor; tu siervo te escucha»” Y Samuel se fue a acostar.
De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: “Samuel, Samuel”. Éste respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Lc 1, 46-48-49. 50-51. 52 (R. 52b)
R. El Señor exaltó a los humildes.
Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador;
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. R.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre,
y su misericordia llega de generación en generación
a los que lo temen. R.
Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero,
destronó a los potentados
y exaltó a los humildes. R.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
Salmo 118 (119), 130
La manifestación de tus palabras ilumina
y da sabiduría a los sencillos.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?”
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos.Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos.Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.”
Palabra del Señor
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Oraciones por la Canonización de los Beatos Francisco y Jacinta Marto, videntes de Fátima
Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Te adoro profundamente con todos los poderes de mi alma y Te agradezco de todo corazón por las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima a través de las cuales se manifestaron en el mundo los tesoros del Inmaculado Corazón. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y a través de la intercesión del Inmaculado Corazón, Te imploramos, si es para Tu mayor gloria y el bien de las almas, que eleven ante la Santa Iglesia a los Beatos Francisco y Jacinta, alcanzándonos por su intercesión la gracia que ahora Te imploramos.
Amén.
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Nuestra Señora de Fátima.
Ruega por nosotros.
Beata Jacinta Marto.
Ruega por nosotros.
Beato Francisco Marto.
Ruega por nosotros.
Homilía de su Santidad Juan Pablo II
BEATIFICACIÓN DE LOS PASTORCITOS DE FÁTIMA, FRANCISCO Y JACINTA MARTO
SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE FÁTIMA
Sábado 13 de mayo de 2000
1. “Yo te bendigo, Padre, (…) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: “Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.
Por designio divino, “una mujer vestida del sol” (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”. Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo.
2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él”. Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de “consolar y dar alegría a Jesús”.
En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños. Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.
3. “Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón” (Ap 12, 3).
Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del “dragón”, que, con su “cola”, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29). Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que “no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido”. Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas”.
4. La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: “Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí”. Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: “Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores”. Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.
Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
5. “Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños”. La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión. Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría, Fátima.
Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil. Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.
6. Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y… los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores. Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la “escuela” de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que “se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos” (San Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: “Fue Nuestra Señora”, le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.
7. “Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”. Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta. Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.
L’Osservatore Romano, Mayo 19, 2000