Respuesta a las apariciones

La respuesta de los tres pastorcitos a los pedidos de Nuestra Señora, es extraordinaria:

El pozo tras la casa de Lucía y las rocas del Cabeço, donde antes buscaban espacio para sus juegos, son luego los lugares donde se refugian para orar y para meditar en las palabras de la Señora. Convertir pecadores, que no vayan al Infierno, consolar a Jesús y desagraviar el Corazón de María, llenan sus ansias e inventan y practican todos los sacrificios que su corazón inocente y generoso les sugiere: Se privan de su comida y la dan a niños pobres, pasan horas sin tomar agua en el calor intenso; comen bellotas amargas; aceptan lo que menos les gusta y rechazan lo que más les agrada y además de la cuerda atada en la cintura, ofrecen a Dios todas las molestias y sufrimientos que les vienen, principalmente las incomodidades de los interrogatorios, burlas, dudas y amenazas.

Las palabras del Ángel en su tercera aparición “consuelen a su Dios”, hicieron profunda impresión en el alma de Francisco. Dominado por el sentimiento de la presencia de Dios, recibido en la luz que María comunicó a los videntes, discurría: “Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? Esto no lo podemos decir. Pero que pena que Dios esté tan triste… ¡Si yo pudiera consolarle!” Y pasaba largas horas ante el Sagrario acompañando y consolando a “Jesús Escondido”, pues la Eucaristía ha llegado a llenar grandemente su corazón, su atención y su tiempo.

Jacinta vivió apasionada por el ideal de convertir pecadores a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto la impresionó. Sintió un gran cariño por el Santo Padre y pedía siempre por él. A Lucía le hace estas recomendaciones: “Ya falta poco para irme al cielo, tú te quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias, por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el de María, que le pidan a Ella la paz pues Dios se la confió a Ella. ¡Si yo pudiera meter en el corazón de todos la luz que tengo aquí dentro del pecho, que me está abrazando y me hacer gustar tanto del Corazón de Jesús y de María!”

Una epidemia asoló Europa contándose Jacinta y Francisco entre los afectados. Francisco aceptó y convirtió cada momento de los cinco meses que duró su enfermedad y sufrimientos en una ofrenda. Murió santamente el 4 de abril de 1919, poco después de haber podido recibir la comunión. Jacinta aceptó que su dolorosa enfermedad se prolongara y morir sola para salvar más pecadores, fue llevada a un hospital cercano a Fátima y luego a otro en Lisboa donde muere santamente el 20 de febrero de 1920.

El 13 de mayo de 1990, la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, declara que Francisco y Jacinta Marto practicaron las virtudes en grado heroico dándoles el título de “Venerables”. El 13 de mayo del 2000 S.S. Juan Pablo II los beatifica en Fátima, convirtiéndose así en los beatos más pequeños de la Iglesia (no mártires). Su fiesta es fijada el día 20 de febrero y son el signo vivo de las palabras de la Virgen: “Mi Corazón será el camino que los lleve a Dios.”

Lucía, religiosa Dorotea desde 1925, ingresa con permiso del Santo Padre, a la Orden Carmelita en 1948. Ahí, en el Carmelo de Coimbra, Portugal, de donde sólo salía para estar en Fátima durante la visita de Pablo VI y las tres visitas de Juan Pablo II (por petición de ellos), ofreció su vida, su oración y sus sacrificios para que se establezca en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.