Las apariciones

Primera aparición: 13 de mayo de 1917

Los tres videntes, Lucía, Francisco y Jacinta, eran tan sencillos como los mismos corderitos que diariamente custodiaban. Ninguno de los tres sabía entonces leer y solamente Lucía había recibido por entonces la Primera Comunión. Sus mamás les ordenaban rezar diariamente el Rosario, y ellos, encontraron la forma de “obedecer” sin dedicar al rezo mucho tiempo, para poder jugar más: ¡Decían únicamente las primeras palabras de cada oración!

–Apareció bello y risueño, como tantos otros, el día 13 de mayo de 1917—, cuenta Lucía, –y escogimos por casualidad -si es que en los designios de la Providencia hay casualidades- ir a pastorear el rebaño de ovejas a una propiedad de mi padre llamado Cova de Iría.

Hacia el mediodía, jugaban en la pendiente de la Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, cuando vieron de repente, una luz, que les pareció un relámpago. Lucía dijo a sus primos que era mejor irse a casa pues, aunque el día estaba soleado, el relámpago podría significar que venía una tormenta. Comenzaron a descender la ladera, llevando sus ovejas. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de una encina grande, vieron otro relámpago; y, dados unos pasos más, vieron sobre una encina una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Se detuvieron sorprendidos por la aparición. Estaban tan cerca que quedaban dentro de la luz que cercaba a la Señora, o que de ella irradiaba, como a un metro y medio de distancia de ella. Entonces, la Señora les dijo:

–No tengan miedo, yo no les haré daño.

La maravillosa Señora parece como de 15 a 18 años, su vestido es blanco, ceñido al cuello con un cordón de oro, del que cuelga una esfera dorada y desciende hasta los pies que apenas tocan las hojas de la encina. Se ve una estrella de luz en su falda. Un manto también blanco y ribeteado en oro, le cubre la cabeza y casi toda la persona. De las manos juntas ante el pecho, como en actitud de rezar, cuelga un Rosario de granos blancos, como perlas, terminando con una cruz también blanca.

Pregunta Lucía: –¿De dónde es Su Merced? –Soy del Cielo. –¿Y qué es lo que Su Merced quiere de mí? –Vengo para pedirles que vuelvan aquí seis meses seguidos el día 13, a esta misma hora. Después les diré quién soy y qué es lo que quiero. Posteriormente volveré aquí una séptima vez. –¿Iré yo al Cielo? –Sí. –Y, ¿Jacinta? –También. –Y, ¿Francisco? –Francisco también, pero tiene que rezar muchos Rosarios.

Entonces Lucía recordó dos muchachas que habían muerto hacía poco tiempo, y que iban a aprender a tejer con su hermana mayor, y preguntó: –¿Ana de las Nieves ya está en el cielo? –Sí, está. (Tendría unos 16 años) –Y, ¿Amelia? –Ella estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. (Tendría entre 18 y 20 años). ¿Quieren ofrecerse a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él les quisiera enviar, en acto de desagravio por los pecados con los que Él es ofendido y de súplica para la conversión de los pecadores? –Sí, queremos—, responde Lucía en nombre de los tres. –Entonces tendrán que sufrir mucho, más la gracia de Dios será su fortaleza. 

Al pronunciar estas últimas palabras abrió las manos y, dice Lucía: “comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que penetraba nuestro pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era aquella luz. Entonces, movidos por un impulso interior, también comunicado, caímos de rodillas e, íntimamente, repetimos: –”Oh Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío; yo te amo en el Santísimo Sacramento”. Pasados unos momentos, la Señora añadió: –Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra. “En seguida empezó a elevarse suavemente hacia el oriente, hasta perderse en la inmensidad de la lejanía. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros”, contará Lucía.

Sólo Lucía habló con la Virgen, Jacinta veía y oía, y Francisco la veía, pero no la oía. Así será también en las demás apariciones. Aunque Lucía pidió a sus primitos guardaran silencio de lo acontecido, la alegría desbordante de Jacinta le hizo platicarlo.


Segunda aparición: 13 de junio de 1917

La historia de la primera aparición, causó incredulidad y burlas en la mayoría de las gentes del lugar. La mamá y hermanas de Lucía, que no creían en la aparición de la Señora a los tres niños, que temían los problemas que pudieran presentarse, y que pretendían a toda costa obligarla a confesar “sus mentiras”, pensaron que como ese día se celebraba en la aldea la fiesta de San Antonio de Padua (que nació en Portugal), y a ella le agradaba mucho asistir a ella, Lucía no iría a Cova de Iría para cumplir los deseos de la Señora. Para su sorpresa, ella y sus primos Jacinta y Francisco, fueron puntualmente a la cita. Después de ir a Misa, se dirigen a la Cova, acompañados de unas cincuenta personas. Al llegar se ponen a rezar el Rosario y, ¡con qué fervor lo rezaban ya! Terminado éste, vieron la luz que ellos llamaban relámpago y enseguida a Nuestra Señora sobre la encina, todo igual que en mayo. Pregunta Lucía:

–¿Que quiere Su Merced de mí?
–Quiero que vengan aquí el 13 del mes que viene; que recen el Rosario todos los días y que aprendan a leer. Después diré lo que quiero.
Lucía pidió la curación de un enfermo.
–Si se convierte, se curará durante el año.
–Querría pedirle nos llevase cielo.
–Sí; a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú, Lucía, estarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrazare, le prometo la salvación; y estas almas serán amadas por Dios, como flores puestas por mí para adornar su trono.
–¿Me quedo aquí solita? Preguntó con tristeza Lucía.
–No, hija. ¿Sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.

Al decir esto, abrió sus manos y proyectó sobre los niños, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa en la que ellos se veían en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al Cielo y Lucía en la que se esparcía sobre la tierra. Al frente de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón, rodeado de espinas, que se le clavaban por todas partes. Los niños comprendieron que era el Corazón Inmaculado de María, lacerado por los pecados del mundo, que pedía reparación.

Durante la aparición, que duró unos diez minutos, los acompañantes sólo podían oír a Lucía, y tan sólo vieron que al decir Lucía que la Virgen se iba hacia el oriente, las ramas de la encina se inclinaron todas hacia un lado, como si, al partir la Señora, hubiese dejado arrastrar su vestido sobre el ramaje. Los testimonios de estas personas hicieron que la noticia de las apariciones se fuera extendiendo más allá del pueblo, provocando algunas reacciones de fe y otras de burla y aún de hostilidad. Todas ellas causaban mortificaciones a los niños, quienes las ofrecían a Dios. Los creyentes empezaron a afluir a la Cova, se marcó el sitio con un rústico arco de madera, en el que pusieron una cruz y dos lámparas. Ahí empezaron a dejar flores y monedas para la Virgen.


Tercera aparición: 13 de julio de 1917

Después de la aparición de junio los niños fueron interrogados por el Párroco. Su incredulidad, unida a la impresión de sinceridad de los niños, lo hizo pensar en que podía ser un engaño del demonio. Esta idea hizo sufrir mucho a Lucía. Para Jacinta no había problema, ella decía: “la aparición no es el demonio, ya que éste es muy feo y vive bajo la tierra, en cambio la Señora, ¡es tan hermosa!, y la hemos visto subir al cielo”. La víspera del día 13 Lucía no se siente con fuerzas de ir, Francisco reza toda la noche y a la mañana siguiente, Lucía “siente” el impulso de ir a la Cova, con gran alegría de sus primitos.

Llegados a la Cova, rezan el Rosario acompañados por unas 4,000 personas. Mientras lo rezaban, vieron el resplandor y, en seguida, a Nuestra Señora sobre la encina. Lucía pregunta:

–¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?
–Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene; que continúen rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella les podrá ayudar a conseguirla.
–Quería pedirle que nos dijera quién es y que haga un milagro para que todos crean que usted se aparece a nosotros.
–Sigan viniendo aquí todos los meses. En octubre les diré quien soy, lo que quiero y haré un milagro que todos podrán ver para que crean.

Lucía hizo algunas peticiones y Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el Rosario para alcanzarlas durante el año y continuó:

–Sacrifíquense por los pecadores y digan con frecuencia, sobre todo, cada vez que hagan un sacrificio: “¡Oh Jesús!, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”.

Secreto para los videntes.

Fue en estos momentos cuando la Virgen les confió a los tres niños un secreto con expresa prohibición de revelarlo a nadie. A los veinticinco años de las Apariciones, la misma Lucía, por obediencia y previo permiso obtenido del Cielo, escribió:

El secreto consta de tres partes distintas: Dos de las cuales expondré ahora, debiendo continuar, por ahora, la tercera envuelta en el misterio. La primera cosa fue la visión del Infierno: Nuestra Señora, al pronunciar las últimas palabras antes referidas, abrió de nuevo las manos, como en los dos meses precedentes y de ellas emana una intensa luz cuyo reflejo pareció penetrar en la tierra, y vimos algo como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes, negras o bronceadas, con forma humana que flotaban en el incendio, llevadas por las llamas que de las mismas salían, juntamente con nubes de humo, caían en todas partes, en forma semejante a como caen las chispas encendidas —pavesas— en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. (Probablemente en este momento, prorrumpí en aquel ¡Ay! que dicen haberme oído). Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos, transparentes, como negros carbones ardiendo. Esta visión duró un instante. Y debemos agradecer a nuestra Buena Madre celestial el habernos prevenido antes con la promesa de llevarnos al Paraíso; de otro modo, así lo pienso, habríamos muerto de terror y espanto.

La segunda se refiere a la devoción del Inmaculado Corazón de María, como pidiendo socorro, levantamos los ojos hacia la Virgen, la cual nos dijo bondadosa y triste:

– Han visto el Infierno a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si se hace lo que les digo, se salvarán muchas almas y habrá la paz. La guerra (la Primera Guerra Mundial) va a acabar pronto; pero si no cesan de ofender al Señor, en el pontificado de Pío XI empezará otra peor. Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida, (Enero 25 de 1938) sepan que es la gran señal que Dios les da de que va a castigar el mundo por sus crímenes, mediante la guerra, el hambre y persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para evitar ésto vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora en los primeros sábados de mes. Si fueren atendidas mis súplicas, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, Rusia esparcirá sus errores por el mundo, suscitando guerras y persecuciones contra la Iglesia; muchos buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas… Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia que se convertirá y será concedido al mundo un tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre la fe… No digan esto a nadie. A Francisco pueden decirlo. Cuando recen el Rosario, digan al final de cada decena:

¡Oh Jesús mío!, perdónanos, líbranos del fuego del Infierno, lleva todas las almas al Cielo, especialmente a las más necesitadas.


Cuarta aparición: 19 de agosto de 1917

La Santísima Virgen acudió a la cita el 13 de agosto pero los videntes no pudieron asistir, por haber sido raptados y encarcelados por el alcalde de Villa Nova de Ourém. La muchedumbre -calculada en unas 18,000 personas- empezó a enfurecerse cuando corrió el rumor de que los niños habían sido raptados. De pronto, se oye un formidable trueno que sacude el suelo y un relámpago que rasga la atmósfera. Después del relámpago, que ordinariamente anunciaba la llegada de la Virgen, cerca de la encina, se forma una nubecilla muy agradable a la vista, persiste unos diez minutos y luego se eleva por los aires y se disipa. De esta manera todos quedaron satisfechos, pues fue para ellos, como si la Virgen se hubiese aparecido a los niños.

Los niños por su parte, se mantuvieron firmes y valientes en el interrogatorio y en la prisión: no negaron las apariciones, ni descubrieron “el secreto”. Cuando fueron amenazados de “ser fritos” en aceite hirviendo, comentaron: “Bueno, así iremos más pronto al cielo”. Después de haber hecho rezar a todos los presos en la cárcel, fueron puestos en libertad. Pensaron que ese mes ya no verían a la Virgen, pero, unos días después, estaban Lucía, Francisco y un hermano de Francisco llamado Juan, cuidando sus rebaños, en un lugar llamado Valiños.

Sintiendo Lucía que algo sobrenatural se acercaba, pidió a Juan llamara a Jacinta. Pronto vieron el resplandor y, al llegar Jacinta, a Nuestra Señora sobre una encina.

–¿Qué quiere Su Merced de mí?
–Quiero que sigan yendo a Cova de Iría el día 13, que continúen rezando el Rosario todos los días. El último mes haré un milagro para que todos crean.

Pero les comentó que, por habérseles impedido ir a la Cova de Iría el día por Ella fijado, el milagro sería menos grande.

–¿Qué es lo que Usted quiere que se haga con el dinero que la gente deja aquí?
–Que hagan dos andas. Una, llévala tú con Jacinta y otras dos niñas vestidas de blanco, y la otra, que la lleve Francisco y otros tres niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario; lo que sobre es para una capilla que deben hacer.
–Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
–Sí; a algunos los curaré durante el año.
Y, tomando un aspecto más serio, dijo:
–Recen, recen mucho y hagan sacrificios por los pecadores. Pues van muchas almas al Infierno por no tener quién se sacrifique y ruegue por ellas.

Los niños intensifican sus sacrificios. Dan su comida a los pobres, se aguantan sin tomar agua mucho tiempo. Ofrecen la molesta curiosidad de la gente, los interminables interrogatorios y las burlas. Y pronto descubren que una soga apretada “duele”. Desde entonces los tres la traerán atada a la cintura.


Quinta aparición: 13 de septiembre de 1917

Al aproximarse la hora, fueron los niños entre numerosas personas que apenas los dejaban andar. Los caminos estaban apiñados de gente. Todos querían verlos y hablarles. Muchos se ponían de rodillas ante ellos para pedirles que presentaran a Nuestra Señora sus necesidades. Los que no podían acercarse, lo gritaban desde lejos. Al llegar a la encina, comenzaron a rezar el Rosario con toda la gente. Poco después se vio el reflejo de luz y, seguidamente Nuestra Señora sobre la encina.

–Continúen rezando el Rosario, para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen y San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Dios está contento con sus sacrificios, pero no quiere que duerman con la cuerda; llévenla sólo durante el día.
–Me han solicitado para pedirle muchas cosas, la curación de unos enfermos, un sordomudo…
–Sí, a algunos los curaré, a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean.

Y, comenzando a elevarse, desapareció como de costumbre.


Sexta aparición: 13 de octubre de 1917

“Salimos muy pronto de casa, -relata Lucía-. La lluvia era torrencial. Mi madre, temiendo que fuese aquél el último día de mi vida, quiso acompañarme. Por el camino las mismas escenas del mes anterior, ahora más numerosas y conmovedoras. Ni el barrizal de los caminos impedía a aquella gente arrodillarse en actitud humilde y suplicante.

Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a todos que cerrasen los paraguas, para rezar el Rosario. Poco después vimos el resplandor y enseguida a Nuestra Señora sobre la encina”.

–¿Qué quiere Su Merced de mí?
–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor. Que soy la Señora del Rosario. Que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra va a terminar pronto y los soldados volverán a sus casas.
–Tengo que pedirle muchas cosas: la curación de unos enfermos y la conversión de unos pecadores….
–Unos, sí; a otros, no. Es preciso que se enmienden; que pidan perdón por sus pecados.
Y, tomando un aspecto más triste, dijo:
–No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está demasiado ofendido.

“Y, abriendo sus manos, las hizo reflejar en el sol. Mientras se elevaba, continuaba proyectándose en el sol el reflejo de su propia luz. He aquí el motivo por el cual pedí que lo mirasen, dice Lucía, no era querer llamar hacia él la atención de la gente, pues ni siquiera me daba cuenta de la presencia del sol; lo hice sólo llevada por un impulso interior que a eso me movía. Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento, vimos al lado del sol a San José con el Niño y la Santísima Virgen vestida de blanco con manto azul. San José con el Niño parecía bendecir al mundo, en unos gestos que hacía con la mano en forma de cruz. Desvanecida esta aparición, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que daba la impresión de ser la Virgen de los Dolores. Nuestro Señor parecía también bendecir al mundo. Desaparecieron y creo haber visto todavía a Nuestra Señora en forma semejante a la Virgen del Carmen”.

Estas tres apariciones han sido interpretadas por muchas personas como un símbolo de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Representan también un resumen del Mensaje: La Sagrada Familia nos recuerda el cumplimiento diario del deber; La Virgen dolorosa, el valor de nuestros sacrificios unidos al de Cristo; y la Virgen del Carmen, la invitación de Nuestra Señora a consagrarnos a su Corazón.