Jacinta

Si miramos a Jacinta antes de las apariciones de la Virgen es fácil poder contemplar la transformación que ocurrió en su vida a partir de éstas. Transformación que iba en aumento después de cada aparición y que llegó a su punto culminante en la última parte de su vida.

Jacinta tenía un gran amor por el baile y vibraba ante el sonido de la música. Le gustaba recoger flores silvestres cuando iba a Loca de Cabeso, las cuales le entregaba a su prima Lucía. Algunas veces tomaba en sus brazos a una pequeña ovejita, en imitación del Señor, el Buen Pastor, que buscaba la oveja perdida.

El padre José Galamba de Oliveira (Canon), quien era el Presidente Diocesano de la Comisión para la causa de Jacinta y Francisco Marto entrevistó a Sor Lucía sobre el carácter de Jacinta.

Él le preguntó: “Qué sentían las personas cuando estaban en compañía de Jacinta?” Sor Lucía contestó: “Yo sólo puedo decirle lo que yo sentía cuando estaba en su compañía, y puedo describirle cualquier manifestación externa de los sentimientos de otras personas. Lo que yo sentía usualmente es lo que se sentiría en la presencia de una persona santa que se comunicaba con Dios en todo momento. Su comportamiento era siempre serio, modesto y amable. Ella parecía manifestar la presencia de Dios en todas sus acciones, como una persona de edad y virtud avanzada y no como una niña. Nunca observé en ella esa excesiva frivolidad o entusiasmo infantil por los juegos y las cosas bonitas común en los niños, esto es, después de las apariciones. Antes de las apariciones, sin embargo, era la personificación del entusiasmo y del capricho.”

Sor Lucía también dice que la compañía de su prima se le hacía a veces bastante antipática porque era muy susceptible y caprichosa. La menor contrariedad en el juego era suficiente para enfadarse y ponerse de lado. Para que volviese al juego era necesario dejarle escoger a su gusto y que todos se sometiesen a lo que ella quería. Después de las apariciones, como lo dijo la misma Sor Lucía, todo esto desaparece. Jacinta cambia completamente.

Y continua diciendo Sor Lucía: “No puedo decir que otros niños corrían tras de ella como lo hacían conmigo, quizás esto se debía a que ella no sabía canciones ni historias para enseñarles y para entretenerles, o quizás por que la seriedad de su comportamiento era superior a la de su edad (muchos coinciden en decir que actuaba como una niña más madura). Si algún niño o adulto decían o hacían algo en su presencia que no estaba totalmente correcto, ella les reprobaba diciéndoles que no hicieran eso que ofendía a Dios, quien estaba ya demasiado ofendido.”

Sor Lucía dijo una vez que: “pensaba que Jacinta fue la que recibió de Nuestra Señora una mayor abundancia de gracia, y un mejor conocimiento de Dios y de la virtud.” Muchos sentían reverencia en su presencia y esto denota la profundidad y el carácter que se desarrolló en ella después de las apariciones. Todo ese capricho y susceptibilidad desapareció, toda esa energía la volcó en orar y sacrificarse por los pecadores, por su conversión.

A la pregunta: “¿Cómo es que Jacinta, tan pequeña como era, se dejó poseer por ese espíritu de mortificación y penitencia y lo comprendió tan perfectamente?” Sor Lucía respondió: “Pienso que la razón es lo siguiente: primero que Dios quiso derramar en ella una gracia especial, a través del Inmaculado Corazón de María y, segundo, fue porque ella vio el infierno, y vio la ruina de las almas que caen en él”.

De todo el mensaje de Fátima el elemento que más impresionó a Jacinta fue la visión de las consecuencias del pecado, en la ofensa a Dios y en los castigos de los condenados del infierno.

Amor a los pecadores

A partir de esta visión del infierno Jacinta se manifestó la más preocupada con la suerte de las almas condenadas al infierno, procurando hacer todos los sacrificios posibles para evitar que otras almas cayesen en el abismo de la condenación.

Decía Sor Lucía: “Jacinta tomó la misión de hacer sacrificios por la conversión de los pecadores tan seriamente en su corazón, que nunca permitió que se le escapara una sola oportunidad… la sed de Jacinta por hacer sacrificios parecía insaciable.”

Con una delicada sensibilidad, Jacinta quedó llena de pena por esas pobres almas caídas en la perdición. “Con frecuencia se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa, comenzaba a decir: “¡El infierno, el infierno!” Acostumbraba retirarse, y permanecía mucho tiempo, de rodillas, rezando por aquellos que se encontrasen en mayor peligro de condenación. Llamaba a Lucía y a Francisco y les preguntaba: “¿Estáis rezando conmigo?”, y añadía “es necesario rezar mucho para librar las almas del infierno…¡qué pena tengo de los pecadores! ¡si yo pudiese mostrarles el infierno!” Y le decía a Lucía: “Yo voy al cielo, pero tú que quedas aquí, si te permite nuestra Señora, di a la gente cómo es el infierno para que no cometan más pecados y no vayan para allá.”

Aún después de estar enferma, que eventualmente terminó en su muerte, ella se bajaba de la cama, se postraba con la cabeza hacia el suelo y oraba como el Ángel les había enseñado por la gloria de Dios, a Jesús en los Tabernáculos del mundo, en reparación por las ofensas, sacrilegios e indiferencia por los que Dios era ofendido y para rogar por la conversión de los pobres pecadores. Finalmente un sacerdote tuvo que decirle que podía hacer la oración en la cama, ya que muchas veces ella se caía cuando se postraba en el piso por la debilidad.

Jacinta se mortificaba dejando de comer y dándole la comida a los pobres, ella decía: “ofrezco este sacrificio por los pecadores que comen demasiado”. También hacía el sacrificio de beber agua sucia y en el mes de agosto dejaba de tomar agua durante todo el mes. Como forma de penitencia ella y su hermano usaban una cuerda amarrada a la cintura. Por los pecadores aceptó la enfermedad, los alimentos y las medicinas que en esas circunstancias más le repugnaban. Ella ofreció el sacrificio de ser separada de sus familiares y compañeros e ir al hospital, lejos de su casa y finalmente el sacrificio de morir sola, como le había dicho la Santísima Virgen.

Sor Lucía escribe lo que Jacinta le dijo: “Nuestra Señora me ha dicho que voy a Lisboa, a otro hospital, que no te volveré a ver más ni a mis padres. Que, después de sufrir mucho moriré sola; pero que no tenga miedo; que Ella me irá a buscar para llevarme al Cielo.” y abrazando a Lucía le dijo: “Nunca más volveré a verte; tú no irás a visitarme allí. ¡Oye! reza mucho por mí, que moriré sólita”.

Amor a Jesús Crucificado y a la Eucaristía Ella estaba constantemente en una profunda contemplación de Dios, en un coloquio íntimo con Él. Buscaba el silencio y la soledad, y de noche se levantaba de la cama para expresarle su amor al Señor con mayor libertad. Ella decía: “¡Amo tanto a Dios! En algunos momentos, me parece que tengo un fuego en mi corazón, pero no me quema!” Contemplaba con amor a Cristo crucificado y lloraba siempre que escuchaba el relato de la Pasión de Cristo.

Al mismo tiempo alimentó en su corazón una ardiente devoción por Jesús en la Eucaristía, a quien visitaba con frecuencia y por largo tiempo en la parroquia , escondiéndose en el púlpito donde nadie la podía ver. Anhelaba recibir el Cuerpo de Cristo, pero no se le era permitido por su edad. Su amor por la Eucaristía se manifestaba en su participación en la Misa diariamente por la conversión de los pecadores, después que se enfermó. También cuando instruía a las enfermeras a arrodillarse frente a “Jesús escondido”, en el tabernáculo en reparación; pidiendo en ocasiones que le movieran la cama cerca del balcón para poder ver el tabernáculo de la capilla del hospital. Sin duda alguna Jacinta recibió grandes gracias por sus comuniones espirituales.

Su amor al Inmaculado Corazón

Jacinta veneraba a la Santísima Virgen con un amor tierno, filial y gozoso, respondiendo constantemente a sus palabras y deseos; honrándola muchas veces por el rezo del Santo Rosario y de jaculatorias en honor a la Virgen. De las jaculatorias que mas le gustaba repetir era: “Dulce Corazón de María, sed la salvación mía”. La Santísima Virgen se convirtió en su directora espiritual, y bajo su dirección maternal Jacinta se convirtió en una mística.

Como no podía recibir la Comunión en reparación, como lo había pedido la Virgen, ella exclamaba: “¡Tengo tanta pena de no poder comulgar en reparación de los pecados que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María!” Ofrecía lo que le era posible: oraciones y sacrificios. Especialmente, durante su enfermedad le manifestaba a Lucía: “Sufro mucho, pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para reparar al Corazón Inmaculado de María.”

“Jacinta es una carta de la Santísima Virgen”.

En el 25 aniversario de Fátima, el cardenal Prelado de Lisboa dijo estas palabras:

“…San Pablo dice que los Cristianos son una de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo (Cf. 2 Cor 3:1-3). Imitando a San Pablo, podemos decir que Jacinta es una carta de la Virgen Santísima, para ser leída por las almas. Mucho mejor que las palabras, la vida de Jacinta nos enseña lo que la Virgen vino a hacer a Fátima y lo que Ella quiere de nosotros.”

Y verdaderamente estas palabras son muy ciertas, contemplando la vida de Jacinta vemos que ella “personificó” el mensaje de la Virgen. Toda su vida es un perfecto resumen de los que María Santísima pidió en Fátima y nos sigue pidiendo a cada uno de nosotros. Podríamos decir que la vida de Jacinta es como la “llave” que nos abre el mensaje del Inmaculado Corazón.

Su amor al Papa

Después de la visión del infierno y del anuncio del fin de la guerra, la Virgen les da a conocer las características de los castigos que habían de seguirse si no se hacía lo que Ella pedía, las palabras de la Virgen fueron:

“Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre… El Santo Padre tendrá mucho que sufrir…”

Esto fue lo que la Virgen les dijo a los pastorcitos en la tercera aparición. Más adelante, Jacinta recibió dos revelaciones personales que Sor Lucía contó de la siguiente manera:

–”Un día…me llamó Jacinta. ¿No has visto al Santo Padre?
–No.
–”No sé cómo fue. Vi al Santo Padre en una casa muy grande, de rodillas delante de una mesa, con las manos en la cara llorando. Afuera había mucha gente, unos le tiraban piedras, otros le maldecían y le decían muchas palabras feas. ¡Pobrecito el Santo Padre! Tenemos que rezar mucho por él!”

En otra ocasión me llama Jacinta: –”¿No ves tantas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada que comer? ¿Y el santo Padre en una Iglesia rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?”

Estas palabras pudieran referirse a los sufrimientos de Benedicto XV, durante la Primera Guerra Mundial, y a Pío XII durante la Segunda. Pero estos sufrimientos continúan con Pablo VI y sus sucesores. Por esta razón la pequeña Jacinta ofrecía oraciones y sacrificios por el Santo Padre y tenía un deseo muy grande de que el Papa fuera a Fátima. Esto se cumplió después de su muerte.

Jacinta dijo un día a Lucía: –”Yo, en el cielo, voy a pedir mucho por ti, por el Santo Padre, por Portugal para que la guerra no venga aquí y por todos los sacerdotes.”

Mientras las fuerzas de su cuerpo iban decayendo por la enfermedad, su alma se fue embelleciendo según iban pasando los días, a través del resuelto, constante y gozoso ejercicio de la virtud Cristiana. Su abandono a la voluntad de Dios fue completo. Tres días antes de morir, la Santísima Virgen la visitó, y le prometió que iba a venir a buscarla y le quitó todos los dolores. El 20 de febrero de 1920, fue el día que le anunció la Virgen que ella moriría; sabiendo esto pidió que viniera el sacerdote. Recibió el sacramento de la confesión pero, como el sacerdote no la veía tan mal le dijo que le daría el viático al día siguiente. Jacinta sabía que no llegaría al día siguiente y aceptó el no poder recibir a Jesús en la Eucaristía. Esa noche a las 10:30 p. m. la Santísima Virgen vino a buscar a su fiel discípula y amante de su Inmaculado Corazón y amiga de los pecadores. La enfermera Nadeja Silvestre dijo al contemplar el cuerpo inmóvil de Jacinta: “no parecía ser la misma niña; se transformó en radiante y preciosa”.

Cuando la Madre Gohdino hacía vigilia junto al féretro de Jacinta se fijó en la pequeña lámpara que brillaba a su lado. Quedó sorprendida al ver como la lámpara ardía tan brillantemente y no tenía nada de aceite.

El cuerpo de Jacinta, que por su enfermedad y por las heridas de su cuerpo no despedía un olor agradable antes de morir, después que murió despedía un perfume suave. Cuando su cuerpo fue llevado a la Iglesia de Lisboa, las campanas comenzaron a tocar sin que nadie las estuviese moviendo y con la puerta cerrada. Una vez Jacinta dijo que había escuchado a los ángeles cantar, pero que ellos no cantaban como los hombres. Y es muy probable que hayan sido los ángeles los que hayan tocado las campanas de la Iglesia dándole la bienvenida a la que entregó toda su corta vida cumpliendo los designios del Corazón de Jesús a través del Corazón de María.

El 12 de septiembre de 1932, el cuerpo de Jacinta fue exhumado por primera vez y se halló incorrupto. Su padre al ver el rostro de su hija dijo que el ver el cuerpo de su hija era “como estar viendo a una persona que había crecido, y que uno la conocía cuando estaba joven.” En la segunda exhumación que ocurrió en 1951, un testigo ocular dijo: “La expresión del rostro de Jacinta era de una santa paz, y todos los que la vieron no podían evitar tener el sentido de que habían sido privilegiados de haber tenido este gran favor.”

Al despedirse de Lucía, Jacinta le dijo estas palabras que nos dice a todos hoy: “Ya falta poco para irme al cielo. Tú quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón de María, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro del pecho, que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María.”