Ponencia del R.P. Narciso García Garcés, C.M.F. en el Congreso Mariano en Cova de Iría del 8 al 13 de agosto de 1967
Fátima ha crecido mucho; ha llenado el mundo; se ha apoderado del mundo. Sin embargo, lo sustancial de Fátima, el Mensaje que desde el cielo nos trajo la Santísima Virgen, queda aún como una oportunidad y gracia grande de la que, acaso, el mundo no ha sabido todavía aprovecharse, como fuera justo.
Suponemos conocida toda la historia de las apariciones: las palabras de la Virgen, las pruebas y la transformación de los niños, los milagros con los que Fátima se impuso… Yo quisiera recordar sólo el contenido del mensaje:
-No quiero hacer su apología, que no la necesita.
-No quiero recordar la única actitud correcta de un católico ante las apariciones o revelaciones privadas: Ni incrédulos por sistema, ni crédulos en demasía.
-Basta aludir a los reconocimientos de los Papas para afirmar que, por elemental veneración o piedad filial a nuestra Madre la Iglesia —y nos quedamos en lo menos que puede decirse— hoy sería incomprensible y falto de respeto plantearse el problema de la autenticidad de Fátima.
Pero, entrando en materia, decimos que Fátima se impone por sí misma, se recomienda por su maravilloso contenido doctrinal: por el que pudiera llamarse común o genérico con otras apariciones de la Virgen, y por el que es suyo propio y característico.
I. Riqueza doctrinal del Mensaje de Fátima en su contenido religioso genérico
Estudiando la espiritualidad de santos diferentes (San Francisco de Asís, San Ignacio, San Francisco de Sales, San Antonio Ma. Claret, Santa Teresa del Niño Jesús) encontraríamos elementos comunes y constantes y elementos más o menos propios e individuales en cada forma de realizar la perfección.
Algo por el estilo podríamos decir de los mensajes con que, a través de un alma privilegiada o de apariciones de la Virgen, Dios favorece a su Iglesia y suscita en ella la más honda vivencia de los datos de la revelación. Hasta cierto punto, lo que esas apariciones tienen de elemento genérico o común pueden considerarse criterios negativos, en cuanto no pueden nunca contrariar al depósito revelado. Pero hay diferencia entre esos mensajes: si es verdadero, ninguno de ellos se opondrá a la doctrina tradicional, pero los hay que no sólo no se oponen, sino que expresamente la recuerdan e inculcan. Y, en este sentido, pocos mensajes más ricos que el de Fátima.
a) Lecciones apologéticas
Toda la apologética o defensa de nuestra religión redúcese a contemplar tres hechos incuestionables y a buscarles adecuada respuesta.
1. La historia de la humanidad nos dice que el hombre, en todas las edades, ha profesado la religión. ¿De dónde brota el hecho religioso? Brota de nuestra misma naturaleza, y de una positiva y sobrenatural intervención divina. El indiferentismo absoluto, la arreligión tienen algo de antinatural. El hombre es “animal religioso”.
2. Pero… segundo hecho: son diversas las religiones que en el mundo existen. Ahora bien: siendo una misma la naturaleza de los hombres, una ha de ser la raíz y unos los elementos de la religión natural. Siendo Dios único y veracísimo no pueden ser contrarios los dogmas y moral que libremente revela e impone a los hombres. Siendo único el fin a que todos aspiramos, no pueden ser contrarios los caminos que a él conduzcan: es decir, que la religión verdadera ha de ser única. Ahora, conscientes de a quiénes dirigimos la palabra, nos ahorramos todo el proceso de la apologética que nos lleva a la conclusión de que el hombre, naturalmente religioso, ha de ser precisamente cristiano.
3. Los mismos seguidores de Cristo háyanse divididos en confesiones o iglesias diferentes; pero solo la Iglesia Católica conserva las dotes y notas que, según la intención de Cristo, debía poseer la sociedad religiosa por Él fundada. Entre las iglesias que se titulan cristianas, sólo ella es sociedad visible, independiente y perfecta; solo ella es una comunidad de fe, de régimen y de liturgia; santa con santidad activa y pasiva; católica con catolicidad material y formal, de hecho y de derecho.
Y éste es cabalmente el gran pregón de Fátima: que el hombre ha de ser religioso, cristiano, católico. Veámoslo.
Fátima nos habla de la necesidad de la religión porque nos dice:
- Que si el mundo y la humana sociedad han de subsistir, han de volverse a Dios, o se desharán en luchas fratricidas;
- que Dios mismo no puede anular los lazos ontológico y moral con que el hombre está ligado a su Hacedor, y la Justicia divina vindicará siempre el desorden de un mundo materialista, orgulloso y rebelde;
- que el orden, la convivencia y la paz no pueden tener base y fundamento fuera de Dios. Por eso hay algo de farsa sangrienta en todo materialismo —sea del tipo que se quiera—, porque sin la dependencia de Dios, mal puede el hombre ajustarse a leyes que sólo en Dios hallan su razón y su fuerza. El hombre que sacude la dependencia de Dios, lógicamente se hace dios a sí mismo y sucédense, obviamente, la propia adoración, el egoísmo, la guerra.
Fátima, con sus milagros clamorosos, que son rigurosa y científicamente contrastados, se ha burlado de cuantos admitían un fixismo o necesidad férrea de las leyes naturales a las cuales sometían al mismo Creador; y de los otros que profesaban un contingentismo absurdo que cortaría el vuelo y la posibilidad de las ciencias. Sí, leyes de la naturaleza son de suyo determinadas y constantes (por eso son posibles las inducciones científicas); pero jamás quitarán a Dios, que las ha establecido, el poder de suspenderlas. El milagro es posible; por el milagro nos habla Dios o confirma Dios una verdad.
Ahora bien: los milagros de Fátima (incontables…, clamorosos…, históricamente ciertos y teológicamente preternaturales..,) han sido hechos en confirmación a un mensaje en el cual se nos habla de la Trinidad, de Jesucristo, de la Eucaristía…; lo cual equivale a decir que Fátima es una apología elocuente del Cristianismo.
Fátima dice que el hombre ha de ser religioso, cristiano, y… todavía más:
- Tienen ya bastantes años; pero es oportuno repetir unos pensamientos del Cardenal Patriarca de Lisboa: “La Iglesia Católica no necesita de Fátima; pero Fátima ilustra a la Iglesia con nuevo resplandor de fe y de gracia. Fátima no se comprende sin la Iglesia”. Es decir, que Fátima, los incuestionables hechos de Fátima, son elocuente apología del Catolicismo. Veámoslo:
- Los milagros de Cova de Iría no sólo garantizan la existencia de Dios o la divinidad de Jesucristo, sino que confirman la devoción ardiente de unos niños al Vicario de Cristo, el Papa, y sancionan o confirman el culto al Corazón Inmaculado de María y el oficio de dispensadora de las gracias que —según el testimonio de los videntes— corresponde a la Virgen.
Esas creencias son típicas de la Iglesia Romana: por ellas nos distinguimos de las iglesias ortodoxas o reformadas; y esas creencias han sido confirmadas con el mensaje de Fátima. Su valor apologético es manifiesto: en él queda proclamada la verdad católica. Podríamos decirlo de otro modo. ¿Qué habría producido en las iglesias ortodoxas o protestantes un movimiento parecido de renovación religiosa? La historia acaso nos autorice a pensar que, en ellas, un movimiento religioso semejante habría dado origen a una nueva secta (así nacieron muchas de las existentes: irwingianos, adventistas, mormones) o a una nueva Iglesia. Y la renovación que en Portugal ha producido el mensaje de Fátima, ¿qué frutos ha dado?
Son notorios: frutos de un catolicismo más consciente y práctico. Repitámoslo: Fátima no sólo es la apología de la religión en general; es la apología de la religión de Jesucristo; la apología de la Iglesia Católica Romana.
b) Lecciones dogmáticas
Fátima es un compendio de nuestra fe. En una época de materialismo y cuando se desprecian como opuestos a la ciencia los misterios revelados, en Fátima se nos inculcan, una y otra vez, verdades tan básicas como éstas:
- Crean en Dios Uno y Trino. Y han corrido el mundo entero las admirables fórmulas que el Ángel enseñara a los pastorcitos, como ejercicio de la virtud de la religión: Dios mío, yo creo, adoro espero y os amo; os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman. Y también: ¡Oh Santísima Trinidad; Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
- Crean en la presencia real de Jesucristo en la sagrada Eucaristía. Y por ahí empezaron las apariciones del Ángel a los niños en el Cabezo, como preparación previa a la visita de la Virgen.
- Crean en el infierno sin fin, como sus penas de daño y de sentido. Que es como lo mostró la Virgen a los videntes, enseñándoles a repetir: “¡Oh Jesús mío, preservadnos de las penas del infierno!”, e infundiéndoles aquella profunda compasión hacia los pobres pecadores.
- Crean en el purgatorio. Y desde las apariciones de Fátima, en medio mundo se ruega por las almas especialmente necesitadas.
- Crean en la comunión de los santos. Y aquellas almas buenas e inocentes, pero incultas, comprenden de repente el poder de la oración y el valor del sacrificio, y se consagran a ellos para desagraviar al Señor y para salvar a los hombres sus hermanos.
- Crean en la gravedad del pecado que de tal modo ofende y contrista a Jesucristo. Y por el cual el Corazón de María está como atormentado y ceñido de punzantes espinas
- Crean en los maternales oficios de María. En su mediación universal, porque sólo Ella puede venir en nuestra ayuda y a Ella ha confiado el Señor el don inestimable de la paz.
He aquí una enumeración escueta y abreviada de las lecciones de Fátima. No es preciso comentario alguno para comprender su densidad y valor no sólo en el terreno teológico o dogmático, sino también en el ascético y pastoral. No lo intentaremos en manera alguna; pero bien fácil sería ponderar su eficacia para volver a buen camino a un mundo extraviado, así como para elevar a la santidad a muchos que ya conocen y aman a Jesucristo, pero languidecen en una vida mediocre sin vigor y sentido cristiano.
II. Riqueza doctrinal mariana del misterio de Fátima en lo que tiene de característico
Las reflexiones antedichas -y lo hemos observado- tienen algo de genéricas; pero muestran toda su hondura y son, a la vez, su mejor apoyo y recomendación apologética.
Pasando ahora a lo característico y propio del mensaje de Fátima, hallamos en él muchos elementos y matices en los que no podríamos detenernos sin hacernos interminables: oración, penitencia, renovación de vida cristiana, rezo del Rosario, amor al Papa, celo de la salvación de los hombres, etc. Pero forzosamente habremos de pararnos en lo que tiene Fátima de revelación del Corazón de María, subrayando, si se nos permite, los conceptos de reparación y consagración al Corazón Inmaculado.
a) Devoción al corazón de María
Es casi un tópico llamar a Fátima el Paray le Monial del Corazón Inmaculado. Y realmente es así: Fátima no revela la devoción al Corazón de María (que desde siglos era vivida por muchas almas en la Iglesia) y mucho menos la funda (porque sus fundamentos, tan sólidos como claros, hallámoslos en el Evangelio); pero ciertamente ha sido ocasión de que ampliamente se difunda. Para demostrarlo, ¿habremos de recordar hechos de todos conocidos? ¿Habremos de esclarecer su valor y significado?
Hechos.
El Ángel habla a los pastorcitos de los designios amorosos que sobre ellos tienen los Sagrados Corazones.
En la aparición primera se les piden sacrificios para reparar las amarguras del Corazón de María. En la segunda, ven el Corazón Inmaculado rodeado de espinas. A la mayor de los videntes dice la Virgen que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón de María, y que ese Corazón es su refugio. En la tercera aparición, la Santísima Virgen pide la consagración del mundo a su Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. La angelical Jacinta, poco antes de morir, decía a su prima: “Tú te quedas en el mundo para hacer saber a todos que el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María”. Y saboreaba la popular jaculatoria: ¡Oh dulce Corazón de María, sed mi salvación! Santa Bernardita no sabía explicar las palabras “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Los pastorcitos de Aljustrel tampoco habrían acertado a definir qué se entiende por Corazón de María; y, sin embargo, fueron mensajeros de su devoción.
Corazón de María es el centro y principio de toda vida psíquica, espiritual y sobrenatural de la Señora, con todos los sentidos que la palabra principio tienen en teología:
- Principio próximo de quien brotan los actos humanos (entendimiento, memoria, voluntad). Y, en ese sentido, dice el Evangelio que la Virgen guardaba en su corazón las palabras y misterios de Jesús.
- El principio remoto de los mismos actos, que es el alma. Y Corazón de María equivale al espíritu de María que Simeón previó traspasado por la espada; equivale al alma y espíritu de la Virgen que, en el “Magníficat”, se alegraba en Dios su Salvador.
- Corazón de María, es también su persona, principio último a quien en fin de cuentas se atribuyen las acciones. Por eso podemos invocar al Corazón de María, consagrarnos al Corazón de María, reparar al Corazón de María… Siquiera sepamos todos que la entrega se hace a la persona, que la reparación como la ofensa, terminan en la persona.
- Corazón de María es el principio que sobrenaturalmente informa, anima y mueve el alma y las potencias de la Virgen en todo su ser y actuar, es decir, la gracia múltiple, el amor, la caridad de la Señora. En ese sentido, se ha dicho muy bien que Corazón de María es el alma del alma de María, que es la vida de su vida.
Por eso, porque el corazón es el elemento formal, los misterios y las virtudes y oficios de María no se viven sino contemplándolos desde él, desde el interior, desde lo que hemos llamado alma de su alma.
La excelencia de María y el valor de sus intervenciones en los misterios de Cristo (Encarnación, Visitación, Presentación, bodas de Caná, Pasión y muerte de Jesús, misión del Espíritu Santo, etc.); la sublimidad de sus virtudes (fe, humildad, devoción, obediencia, amor a Dios y a los hombres); la eficacia y las modalidades de sus oficios (Reina, Medianera, Madre) no pueden comprenderse ni vivirse, sino penetrando en el Corazón Santísimo de María.
De ahí también el valor y eficacia santificadora de las almas, que reconocerán todos a esta devoción:
- porque, de manera singularísima, nos propone por junto los oficios todos de la Virgen, y hace conocer y sentir la dependencia que a ella nos une;
- porque en el Corazón de María encontramos cuanto da valor a todos los títulos y advocaciones de la Virgen, y así nos mueve más el amor;
- porque penetrando en el Corazón de María,cifra y compendio de su vida interior, captamos toda la perfección de sus sentimientos, virtudes y gracias y, como es lógico, sentimos toda la fuerza y atractivo de su ejemplaridad.
En una palabra: la devoción al Corazón Inmaculado nos da mayor conocimiento de María; despierta más nuestro amor a Ella; provoca con más eficacia nuestra entrega a la Virgen, y nos incita a imitarla con más fidelidad.
Son algunos de los singulares méritos o valores de esta devoción que —ya lo hemos dicho— no nació en Fátima; pero desde Fátima se ha extendido por el mundo entero.
b) Reparación al corazón de María
Tampoco empieza en Fátima esta modalidad o aspecto de la devoción cordimariana; pero es justo reconocer que aquí se acentúa grandemente. Bastará un sucinto recuerdo del mensaje, y dos palabras de aclaración. “¿Quieren ofrecerse al Señor… en reparación de tantos pecados… por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas que se hacen al Corazón de María?” Es lo primero que propuso Nuestra Señora a los tres pastorcitos. En la segunda aparición ven el Corazón de María rodeado de espinas. En la tercera se les pide la comunión reparadora de los primeros sábados, y aprenden a ofrecerse al Señor, orando y sufriendo, con la hermosa oración: “¡Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las injurias hechas al Corazón de María.” Y seguidamente veremos a tres niños, sobrenaturalmente enseñados y transformados, poseídos del espíritu de reparación, es decir, obsesionados por la idea de que Dios es muy ofendido, de que la Virgen parece dolorida, y abrazándose con la mortificación expiatoria (ayunos, ortigas, sed, maceraciones) para suplir la satisfacción que debieran hacer los pecadores.
Nadie nos pedirá, en estos momentos, una explicación teológica sobre la naturaleza y sentido de la reparación. Remitiríamos a las enseñanzas de Pio XI que magistralmente subrayó esta nota en la devoción al Corazón de Jesús. Quedémonos con unas ideas sueltas que justifiquen y propaguen este detalle del mensaje de Fátima. Desde luego, la reparación, hipotéticamente o supuesta la ofensa, es una secuela y deber natural que sigue al ultraje; y así entendida, es parte integrante de la virtud de la religión, verdadero deber de justicia para con Dios. Pasando ahora a la Santísima Virgen, lo primero que cabe acentuar es la unión indisoluble de Cristo y de María: no se ofende a uno sin herir al otro, más aún, asociada María con Cristo en la obra de salvar al hombre (idea tan repetida en el capítulo 8 de la Lumen Gentium), el pecado contraría a la gracia y misión de la Virgen.
Y si ponderamos los oficios de María sobre nosotros, veremos que la culpa implica una violación a sus derechos, porque se opone:
- a las exigencias de su amor de Madre,
- al honor y obediencia que se le debe como a Reina,
- a su íntima y amorosa acción de medianera de las gracias.
Debiéramos extendernos en la teología de la reparación, y declarar cómo los actos de amor, de servicio, de mortificación compensan a Jesucristo o a la Virgen cuya bienaventuranza no sufre mengua por los pecados actuales de los hombres, pero excederíamos ciertamente los límites concedidos y, acaso, también la materia indicada para un congreso mariano que, esencialmente, se dirige al gran público cristiano.
c) Consagración al corazón de María
Aquí no nos detenemos en demostrar que la consagración es elemento primerísimo del mensaje de Fátima. Es cosa manifiesta. Han sido los Vicarios de Cristo los primeros en acoger esta parte del mensaje, cuando consagraron al Corazón Inmaculado la Santa Iglesia, Rusia, el mundo entero. Pero, porque se ha escrito contra la consagración a la Santísima Virgen (a veces por quienes menos debieran haberlo hecho) queremos terminar con unas reflexiones concisas pero orientadoras.1) Ideas claras.
El concepto de consagración (como el de sacrificio, como el de virginidad, como tantos otros) no lo pone el teólogo, sino que debe recibirlo de la Iglesia. Cuando ella misma ha hecho la consagración al Corazón de María y recomienda que cada año se renueve, es bien extraño oír de labios de católicos, que la consagración a la Virgen es improcedente y tiene resabios de idolatría. Ciertamente, sólo Dios es ser absoluto; él sólo tiene absolutos derechos. La Virgen, como todos los seres creados, dice relación a Dios, fin último. Pero sabiendo la misión y oficios de la Virgen en la economía de la gracia, criticar la consagración y entrega a la Señora es tan sin sentido como afirmar que abandonarnos al magisterio y gobierno de la Iglesia es contra Jesucristo, Rey único y único Maestro. La consagración no pasa de ser un acto de hiperdulía, con los mejores frutos de la mejor devoción a la Señora.2) Los fundamentos.
Que legitiman nuestra consagración a María hemos de buscarlos —ya lo hemos insinuado— en la voluntad o plan salvífico de Dios.
- La excelencia singularísima y los oficios de la Virgen, que no son absolutos ni independientes; pero que son verdaderísimos, porque Dios así lo quiso.
- María es Madre, pero “su oficio maternal…, lejos de impedir la unión inmediata con Cristo, la fomenta” y nos lleva a nuestro fin (Lumen Gentium, n. 60).
- Como Madre y Medianera “cooperó… en la restauración de la vida sobrenatural de las almas” (n. 61); y esa acción “perdura sin cesar, hasta la consumación de los elegidos” (n. 62).
- Es “Reina del universo (también, pues, de la gracia) asemejada más plenamente a Jesucristo” (n.62). Y si es propio de la reina conducir al fin, será bueno que los siervos de María se abandonen a su acción.
3) Lo que significa la consagración y cómo se vive.
Es una consagración a Jesucristo. San Luis G. de Montfort, en su conocida fórmula de consagración a María, dirígese a Jesucristo, con los cuatro actos de adoración, de acción de gracias, arrepentimiento y oración; renueva las promesas del bautismo y dice que “se entrega totalmente a Jesús… para llevar la cruz tras Él”.
- Es un hacerse esclavo de María para ser admitido por esclavo de Jesucristo, como pedía San Ildefonso.
- Es un reconocimiento de Jesucristo y sus derechos, contemplándolo bajo el aspecto más cautivador: humanado (hermano con nosotros) en María.
- Es una atarnos amorosamente a María como a guía y consejera para asegurar nuestra fidelidad futura.
- Es un abandonarnos a María para asimilar su espíritu (humildad=la esclava; gratitud=magníficat; entrega=he aquí, hágase).Porque el espíritu de María es Espíritu de Dios; y sabemos que los movidos e impulsados por el Espíritu de Dios, éstos, son hijos suyos (Rom 8,14).
Tal es la riqueza ascética mariana del mensaje de Fátima. Comprendo que no he hecho sino desflorarla: vuestro buen sentido, vuestra devoción a la Señora y, sobre todo, la acción de la divina Madre que estos días, en Fátima, llega a lo más íntimo del alma, nos harán comprender todo el tesoro de luz y de amor que el mensaje encierra.