Cova significa cueva, oquedad, pequeño valle u hondonada. Es el nombre que los naturales de la región de Fátima dan a los numerosos hundimientos de tierra que ahí se encuentran, cada una con su respectivo nombre (de la zorra, de la cebolla, de las tempestades, de arcilla, etc.).
“La Cova da Iría” es una pequeña propiedad que pertenecía a los padres de Lucía, situada a unos 2 kilómetros de Aljustrel, el caserío donde vivían los videntes. Tiene un nombre más especial que todas las de su alrededor:
“Iría” es la forma popular del nombre de Irene. Quizá le fue dado por alguna antepasada de Lucía, ya que esa propiedad fue de la familia Dos Santos por muchas generaciones, o quizá, fue nombrada así en honor de Santa Irene, Santa que vivió y murió a pocos kilómetros.
Es peculiar que el nombre griego de Irene quiera decir paz. Algo que millares y millares de personas han encontrado precisamente ahí, en la Cova da Iría. Por eso el obispo Amaral, al acoger a los peregrinos que llegan a Fátima, acostumbraba darles da la bienvenida a la “Cuna de la Paz”.
Cuando algunos años después de las apariciones, alguien felicitó al señor obispo José Da Silva por el éxito de lasperegrinaciones de Fátima, él respondió: “No es obra mía, son el pueblo y la Santísima Virgen quienes lo han hecho todo antes de que yo llegase”. Lo cual es cierto, sin restarle méritos al obispo que tan atinadamente guió y canalizó el movimiento popular que Nuestra Señora bendijo. Desde el principio, el pueblo portugués creyó en la misericordiosa intervención de su celestial patrona, acudiendo durante las apariciones y después de ellas, para rezar en el lugar donde la Virgen se había manifestado. El rústico arco y el muro de mampostería que marcaban el lugar de las apariciones, eran considerados como un auténtico santuario. Los domingos por la tarde y principalmente los días 13 de cada mes, llegaban por millares y decenas de millares los peregrinos. Miles de curaciones y muy especialmente de conversiones han tenido lugar ahí. Desde la tercera aparición, se dejaron algunas monedas junto al arbusto. En la quinta aparición la Señora dijo que se usaran para las andas y para una capilla y en la sexta aparición pidió expresamente que se le construyera la capilla.
Las monedas fueron aumentando, cuidadas y guardadas por una buena mujer. Con la autorización del padre de Lucía, “el pueblo” construyó una pequeña capillita, “la Capelhina”, inaugurada (sin sacerdotes) en la primavera de 1919, dos semanas antes de que muriera Francisco. Un año después se colocó en ella la imagen que aún está ahí y que es considerada como la “oficial”. Esta imagen fue regalada por un joven que llegó a Fátima dispuesto a explotar una bomba en el sitio de las apariciones. Al llegar a Fátima, Nuestra Señora llenó su corazón de amor y de paz, él se convirtió y en agradecimiento, mandó a hacer una imagen de Nuestra Señora a Thedim, el escultor más famoso de Portugal, de acuerdo a las descripciones de los niños.
Unos meses después, llegó a Leiría el primer obispo de la diócesis restablecida. El señor obispo Da Silva compró en 1921 el terreno de la Cova de Iría y sus alrededores y dirigió y ordenó el culto mientras se llevaban a cabo las investigaciones. Se celebró la primer Misa e inmediatamente, se “encontró” agua, contra toda opinión. Una Basílica, la capillita en el lugar de las apariciones, una enorme explanada, el Vía-crucis, dos hospitales para enfermos y una capilla de adoración perpetua, rodeado todo por una zona de árboles y jardines, son las principales obras que se realizaron en el área de 125,000 m2. Posteriormente, el obispo Silva comentó: “nunca necesité pedir dinero para realizar todas esas obras, bastó siempre lo que ahí dejaban los fieles”.
Sin embargo lo más extraordinario, es que a lo largo de 75 años, los fieles siguen llegando, concentrándose especialmente en los días 13 de mayo a octubre. Año con año los fieles sienten suya y responden a la petición de Nuestra Señora:
Quiero que vengan aquí los días 13.
Fátima es así uno de los seis santuarios marianos más visitados del mundo. La Cova de Iría, rodeada en la actualidad por innumerables conventos -atraídos por su “clima” espiritual, y a la vez, aumentándolo- es un centro de oración y un centro eucarístico.